Felipe Labbé
Hablar de la inutilidad de la literatura supone, de antemano, negar las concepciones de un José Victorino Lastarria, por citar un ilustre y acérrimo defensor de la utilidad de los libros. En su célebre disurso de 1842, propone la imperiosidad de la lectura en base a dos ideas principales: "nosotros [los escritores] debemos pensar en sacrificarnos por la utilidad de la patria". Este sacrifcio tiene como objetivo la educación del pueblo, es decir, la literatura posee una función didáctica, de modo que no es más ni menos que la expresión de la sociedad. Ahí su error. Estas postulaciones no tardaron en hallar su antitesis: el arte por el arte, su deshumanización, el "libro" de Mallarmé, la poesía pura y gran parte de la vanguardia de principios del siglo XX, quénes, cual más, cual menos, pretendían que la vida y sus peculiaridades nada tenían que ver con la esfera intocable del arte. Los más radicales, pretendían que el arte fuese la negación de la vida. Para nosotros, ni lo uno, ni lo otro. Los libros no forman caracteres ni definen la silueta de la personalidad, como quería el discípulo de Bello; por otra parte, la literatura es respirar más hondamente la vida, de modo que no puede ser su negación. El problema surje cuando hablamos de "función". Otorgarle una función específica a un libro es pedirle mucho menos de lo que puede ofrecer. En suma, pedirle cuentas a la literatura supone su cosificación.
Schopenhauer ha escrito sobre el arte que su principal función reside ahí cuando no es más que inutilidad, y que, precisamente por esa inutilidad, es que se nos hace imperioso seguir haciendo arte. Por otra parte, el escritor es un irresponsable cuando escribe. Y es un irresponsable por el simple motivo de que el “otro” le interrumpe mientras escribe. El “otro” no puede interrumpirle ni ser un juez mientras se desarrolla el acto de la escritura. Cada párrafo es una batalla solitaria que el escritor entabla con el lenguaje y con sus propios demonios. De ahí que derivemos en la inutilidad de la literatura. De modo que el sentido se abre ahí cuando nos dedicamos a pensar la naturaleza de la inutilidad. Qué es lo inútil, y por qué Schopenhauer escribe que es imperiosa la necesidad de seguir continuando con una actividad que no se plantea como objetivo directo obtener una incidencia en la realidad. ¿Literatura al servicio de una revolución o “compromiso político”, dirán los abogados? Deviene, como ya se ha demostrado en varios sectores de la historia del siglo XX, en mero folletín de propaganda. No es más que caducidad, retórica con fecha de vencimiento. Kafka es otra cosa. Borges, Joyce, Thomas Mann, Pound, etc. Ahí donde la escritura trafica con algunas cosas eternas, intemporales, es donde hallamos el máximo grado de inutilidad, sobretodo en términos políticos, como quería, en el fondo, Lastarria. Y es que no debemos desconocer una realidad desconcertante: cuando se busca una función para la literatura, teniendo como objetivo el progreso humano, es el momento en que literatura y política revientan en una discusión estéril. Es en este momento cuando los libros no sirven para absolutamente nada; acaso para el regocijo de un estudiante encerrado en su habitación con un libro de Thomas Merton. La pregunta central, entonces: ¿está la solución para el mundo y para el hombre en las páginas de Merton? Inútil. No la hay. De tanto buscar se nos olvida lo que buscábamos.
La inutilidad: obviamente, lo que no posee utilidad alguna. No hay un “para qué” en la escritura. He ahí, creemos, el principal error del lector que cree hallar utilidades en un libro. Un error de apreciación, de enfoque. Por el contrario, la literatura abunda en “por qués”, en razones primeras; metafísicas, diría Aristóteles. ¿Le importa al primer ministro inglés en tiempos de guerra la existencia de Dios? Lo ignoramos, pero sabemos que no buscaría la solución a cierto conflicto en las páginas de Milton, por ejemplo. No obstante, si ese primer ministro inglés leyera algunas páginas de Keats, o acaso de Blake, desprovisto de todo interés que interfiera en la inocencia del que lee, tal vez, sólo tal vez, hallaría una solución inesperada: la solución del que halla sin la necesidad de haber buscado. Ya lo decía Píndaro: “Ni por mar ni por tierra hallarás el camino que lleva a los hiperbóreos”. Nosotros lo adaptamos: “Ni por mar ni por tierra hallarás utilidades en los libros”.
El escritor que quiere incidir en la profundidad del hombre y su realidad ni siquiera se lo propone como meta. Sabe que su libro acaso no será leído por nadie, y sin embargo persevera en su actitud. Kafka es un paradigma en este sentido. Pessoa es otro. Uno dispuesto a quemar todos sus escritos. El otro que los encierra en un baúl. ¿Para qué iba a importarles la función de la literatura? Sin embargo, son ellos, con su actitud aparentemente egoísta, quienes son capaces de decir algo realmente útil sobre la vida. No la receta para ser mejores personas, ni para obtener un mayor sueldo, sino para ser cada vez más humanos, con todo lo que esto significa, y punto. Seguiremos leyendo sus páginas así como leemos las de Homero o Virgilio. ¿Y todo esto para qué? Absolutamente para nada, pero absolutamente para todo. El lector no será más educado, sino más hombre; en vez de un cambio cuantitativo, uno cualitativo; en vez de abarcar más, simplemente profundizar. Leer es tratar con cosas eternas.
De más está decir que no hemos descubierto la América. En el fondo, el gran escritor sabe, de antemano, que es póstumo. El gran escritor sabe que escribir es una guerra estéril y absolutamente propia. El gran escritor es solitario y mientras fragua sus párrafos con la mano derecha, con la izquierda firma un contrato con la eternidad. En el fondo, la literatura no posee una función, como sí la poseen todos esos objetos que entran en la categoría de adminículos. Los libros ofrecen una instancia para que el mundo sea más mundo. ¿Plenitud? Si pudieramos decir impúnemente que la literatura es un diálogo con lo sagrado, esa sería la definición que andábamos buscando.
Hablar de la inutilidad de la literatura supone, de antemano, negar las concepciones de un José Victorino Lastarria, por citar un ilustre y acérrimo defensor de la utilidad de los libros. En su célebre disurso de 1842, propone la imperiosidad de la lectura en base a dos ideas principales: "nosotros [los escritores] debemos pensar en sacrificarnos por la utilidad de la patria". Este sacrifcio tiene como objetivo la educación del pueblo, es decir, la literatura posee una función didáctica, de modo que no es más ni menos que la expresión de la sociedad. Ahí su error. Estas postulaciones no tardaron en hallar su antitesis: el arte por el arte, su deshumanización, el "libro" de Mallarmé, la poesía pura y gran parte de la vanguardia de principios del siglo XX, quénes, cual más, cual menos, pretendían que la vida y sus peculiaridades nada tenían que ver con la esfera intocable del arte. Los más radicales, pretendían que el arte fuese la negación de la vida. Para nosotros, ni lo uno, ni lo otro. Los libros no forman caracteres ni definen la silueta de la personalidad, como quería el discípulo de Bello; por otra parte, la literatura es respirar más hondamente la vida, de modo que no puede ser su negación. El problema surje cuando hablamos de "función". Otorgarle una función específica a un libro es pedirle mucho menos de lo que puede ofrecer. En suma, pedirle cuentas a la literatura supone su cosificación.
Schopenhauer ha escrito sobre el arte que su principal función reside ahí cuando no es más que inutilidad, y que, precisamente por esa inutilidad, es que se nos hace imperioso seguir haciendo arte. Por otra parte, el escritor es un irresponsable cuando escribe. Y es un irresponsable por el simple motivo de que el “otro” le interrumpe mientras escribe. El “otro” no puede interrumpirle ni ser un juez mientras se desarrolla el acto de la escritura. Cada párrafo es una batalla solitaria que el escritor entabla con el lenguaje y con sus propios demonios. De ahí que derivemos en la inutilidad de la literatura. De modo que el sentido se abre ahí cuando nos dedicamos a pensar la naturaleza de la inutilidad. Qué es lo inútil, y por qué Schopenhauer escribe que es imperiosa la necesidad de seguir continuando con una actividad que no se plantea como objetivo directo obtener una incidencia en la realidad. ¿Literatura al servicio de una revolución o “compromiso político”, dirán los abogados? Deviene, como ya se ha demostrado en varios sectores de la historia del siglo XX, en mero folletín de propaganda. No es más que caducidad, retórica con fecha de vencimiento. Kafka es otra cosa. Borges, Joyce, Thomas Mann, Pound, etc. Ahí donde la escritura trafica con algunas cosas eternas, intemporales, es donde hallamos el máximo grado de inutilidad, sobretodo en términos políticos, como quería, en el fondo, Lastarria. Y es que no debemos desconocer una realidad desconcertante: cuando se busca una función para la literatura, teniendo como objetivo el progreso humano, es el momento en que literatura y política revientan en una discusión estéril. Es en este momento cuando los libros no sirven para absolutamente nada; acaso para el regocijo de un estudiante encerrado en su habitación con un libro de Thomas Merton. La pregunta central, entonces: ¿está la solución para el mundo y para el hombre en las páginas de Merton? Inútil. No la hay. De tanto buscar se nos olvida lo que buscábamos.
La inutilidad: obviamente, lo que no posee utilidad alguna. No hay un “para qué” en la escritura. He ahí, creemos, el principal error del lector que cree hallar utilidades en un libro. Un error de apreciación, de enfoque. Por el contrario, la literatura abunda en “por qués”, en razones primeras; metafísicas, diría Aristóteles. ¿Le importa al primer ministro inglés en tiempos de guerra la existencia de Dios? Lo ignoramos, pero sabemos que no buscaría la solución a cierto conflicto en las páginas de Milton, por ejemplo. No obstante, si ese primer ministro inglés leyera algunas páginas de Keats, o acaso de Blake, desprovisto de todo interés que interfiera en la inocencia del que lee, tal vez, sólo tal vez, hallaría una solución inesperada: la solución del que halla sin la necesidad de haber buscado. Ya lo decía Píndaro: “Ni por mar ni por tierra hallarás el camino que lleva a los hiperbóreos”. Nosotros lo adaptamos: “Ni por mar ni por tierra hallarás utilidades en los libros”.
El escritor que quiere incidir en la profundidad del hombre y su realidad ni siquiera se lo propone como meta. Sabe que su libro acaso no será leído por nadie, y sin embargo persevera en su actitud. Kafka es un paradigma en este sentido. Pessoa es otro. Uno dispuesto a quemar todos sus escritos. El otro que los encierra en un baúl. ¿Para qué iba a importarles la función de la literatura? Sin embargo, son ellos, con su actitud aparentemente egoísta, quienes son capaces de decir algo realmente útil sobre la vida. No la receta para ser mejores personas, ni para obtener un mayor sueldo, sino para ser cada vez más humanos, con todo lo que esto significa, y punto. Seguiremos leyendo sus páginas así como leemos las de Homero o Virgilio. ¿Y todo esto para qué? Absolutamente para nada, pero absolutamente para todo. El lector no será más educado, sino más hombre; en vez de un cambio cuantitativo, uno cualitativo; en vez de abarcar más, simplemente profundizar. Leer es tratar con cosas eternas.
De más está decir que no hemos descubierto la América. En el fondo, el gran escritor sabe, de antemano, que es póstumo. El gran escritor sabe que escribir es una guerra estéril y absolutamente propia. El gran escritor es solitario y mientras fragua sus párrafos con la mano derecha, con la izquierda firma un contrato con la eternidad. En el fondo, la literatura no posee una función, como sí la poseen todos esos objetos que entran en la categoría de adminículos. Los libros ofrecen una instancia para que el mundo sea más mundo. ¿Plenitud? Si pudieramos decir impúnemente que la literatura es un diálogo con lo sagrado, esa sería la definición que andábamos buscando.
1 comentario:
La verdad es que es una columna de opinión que se podría publicar sin problemas en un suplemento de cultura de diario. Felicitaciones.
Puntaje; 1,0
Publicar un comentario